En las relaciones sexuales todos nuestros sentidos están expuestos a estímulos que contribuyen a una mayor excitación, se dice que los hombres son más visuales y las mujeres más táctiles, pero ¿y el olfato?
El uso del olfato es la forma más habitual de comunicación entre los animales, en el tema que nos atañe, unas hormonas en el sudor, las feromonas, son las encargadas de indicar en que momento está la hembra en celo y, por tanto, receptiva. De ahí que esta hormona se llame coloquialmente “la hormona sexual”.
Una de las muchas cosas que nos diferencian de los animales, es que las hembras humanas no tienen un periodo de celo concreto, sino que están en una especie de “celo continuo” aunque variable, somos fértiles en todo momento y somos capaces de tener siempre ganas de sexo. En cambio, las hembras animales no dejan a los machos acercarse si no están en celo, y ellos tienen que tantear y olfatear su disposición. Así que nosotros, los humanos, no tenemos esos picos hormonales.
En mi opinión, además, los seres humanos no estamos tan expuestos a esa influencia de las feromonas, tenemos el sentido olfativo bastante atrofiado y si a eso sumamos los olores de jabones, perfumes, detergentes, ambiente, etc. Es bastante complicado que lleguemos a percibir algo.
En ese sentido, creo que nosotros nos dejamos llevar más por la experiencia, nos gustan los aromas que nos recuerdan a momentos agradables y nos transportan a ellos. El perfume de aquella persona que tanto nos gusta hace mucho más interesante a un completo desconocido, el olor del café despierta todos nuestros sentidos sin necesidad de tomar cafeína, hay olores que nos recuerdan a personas, a ciudades, a situaciones… se meten sin darnos cuenta en nuestra cabeza y pueden no salir nunca.
Los característicos aromas que, por ejemplo, quedan en una habitación después de horas de actividad sexual, son muy excitantes a pesar de no ser objetivamente agradables. Luego, cada persona tiene “manías” respecto a los olores, aromas que le encantan y aromas que no soporta ya que, obviamente, cada uno ha tenido unas experiencias distintas en su vida.
En general no creo en los productos afrodisíacos, hablemos de perfumes o de comida, en este último caso o son alimentos excitantes de por sí, como el chocolate, o son productos con formas o texturas que nos pueden resultar eróticas, como las ostras. Pero, una vez más, todo está en la cabeza y no en lo que nos pongan delante.
El uso del olfato es la forma más habitual de comunicación entre los animales, en el tema que nos atañe, unas hormonas en el sudor, las feromonas, son las encargadas de indicar en que momento está la hembra en celo y, por tanto, receptiva. De ahí que esta hormona se llame coloquialmente “la hormona sexual”.
Una de las muchas cosas que nos diferencian de los animales, es que las hembras humanas no tienen un periodo de celo concreto, sino que están en una especie de “celo continuo” aunque variable, somos fértiles en todo momento y somos capaces de tener siempre ganas de sexo. En cambio, las hembras animales no dejan a los machos acercarse si no están en celo, y ellos tienen que tantear y olfatear su disposición. Así que nosotros, los humanos, no tenemos esos picos hormonales.
En mi opinión, además, los seres humanos no estamos tan expuestos a esa influencia de las feromonas, tenemos el sentido olfativo bastante atrofiado y si a eso sumamos los olores de jabones, perfumes, detergentes, ambiente, etc. Es bastante complicado que lleguemos a percibir algo.
En ese sentido, creo que nosotros nos dejamos llevar más por la experiencia, nos gustan los aromas que nos recuerdan a momentos agradables y nos transportan a ellos. El perfume de aquella persona que tanto nos gusta hace mucho más interesante a un completo desconocido, el olor del café despierta todos nuestros sentidos sin necesidad de tomar cafeína, hay olores que nos recuerdan a personas, a ciudades, a situaciones… se meten sin darnos cuenta en nuestra cabeza y pueden no salir nunca.
Los característicos aromas que, por ejemplo, quedan en una habitación después de horas de actividad sexual, son muy excitantes a pesar de no ser objetivamente agradables. Luego, cada persona tiene “manías” respecto a los olores, aromas que le encantan y aromas que no soporta ya que, obviamente, cada uno ha tenido unas experiencias distintas en su vida.
En general no creo en los productos afrodisíacos, hablemos de perfumes o de comida, en este último caso o son alimentos excitantes de por sí, como el chocolate, o son productos con formas o texturas que nos pueden resultar eróticas, como las ostras. Pero, una vez más, todo está en la cabeza y no en lo que nos pongan delante.
1 comentarios:
Yo estoy de acuerdo. No parece haber evidencias científicas de los efectos supuestamente infalibles de los aromas sexuales, pero eso no es obstáculo para que algún mercachifle venda cualquier cosa, basada en principios falsos. ¿O alguien puede demostrar que sí funcionan?
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